Dra. Olga García Moreno. Profesora de la Universidad de Oviedo
La pregunta que podemos plantearnos desde un punto de vista histórico es: ¿desde cuándo existe en el ser humano esta desconexión con la Naturaleza de la que formamos parte? La respuesta, en la escala del tiempo de la Naturaleza, es: desde hace muy poco. Sin embargo, esa ilusión de que somos algo distinto a Ella está arraigada en nosotros de manera muy profunda, al menos en las sociedades denominadas “modernas” (o en el mundo occidental, o en los países llamados del Norte o desarrollados).
Durante cientos de miles de años los seres humanos han vivido en equilibrio y armonía con la Naturaleza, sin distinguirse de ella. La manera en la que los seres humanos vivían, y aún viven en ciertas partes del planeta, en las sociedades cazadoras-recolectoras, no provoca importantes impactos en el medio habitado por esas personas y, a su vez, implica una relación biunívoca en la que nada se toma o se usa de una parte u otra (humanos-medio), si no que las actividades humanas están balanceadas dentro del gran ciclo biogeoquímico del que todos formamos parte.
Nuestra genética, y nuestro organismo en general, está programado para este tipo de relación con el medio. Las consecuencias de este desajuste entre nuestras costumbres culturales y nuestro organismo o naturaleza genética, se refleja en lo que se ha llamado “trastorno por déficit de naturaleza”. Este trastorno, esencialmente estudiado en niñas y niños, es el efecto en las personas de una sociedad en la que se ha roto la relación de inclusión en la Naturaleza. Una sociedad en la que las personas tenemos la creencia de que la Naturaleza es eso que nos rodea, de la que tomamos recursos y que ahora, con la lección ambientalista bien aprendida desde los últimos 40 años, “tenemos que cuidar”.
“La verdadera ruptura del equilibrio en las relaciones del ser humano con el resto de la Naturaleza comenzó en el mismo momento en el que nuestra supervivencia dependió de lo que pudiésemos producir a partir de ella”
Puede parecer que este tipo de trastorno, o esta desconexión, sea consecuencia exclusiva de vivir en ciudades, en entornos urbanos en ausencia de vegetación, conectados a los dispositivos electrónicos y desplazándonos en coche a todas partes, pero esto no es del todo cierto. Aunque el modo de vida en las ciudades y grandes urbes incrementa la sensación de separación de la Naturaleza, la verdadera escisión se produjo hace unos 12.000 años con el desarrollo de las sociedades agrícolas en distintas partes del planeta, y entonces, no había Instagram ni internet. Tenemos que darnos cuenta de que el verdadero cambio comenzó cuando nuestra relación con el medio se tornó en explotación del mismo para nuestra propia subsistencia. Algunos no estarán de acuerdo, y es frecuente escuchar el argumento de que nuestros abuelos vivían mucho más cercanos a la Tierra, porque sabían bien lo que era depender de Ella. Aun así, en su generación, la relación ya había cambiado como se expone a continuación.
En la sociedad moderna, abrimos el grifo para beber cuando tenemos sed y si en la despensa no queda nada de nuestro tentempié favorito podemos bajar al súper a por más, o pedírselo a un muchacho, usando una app en nuestro smartphone, para que nos lo traiga en su patinete eléctrico. Ha habido un gran cambio muy recientemente, eso es cierto, pero considero que la verdadera ruptura del equilibrio en las relaciones del ser humano con el resto de la Naturaleza comenzó en el mismo momento en el que nuestra supervivencia dependió de lo que pudiésemos producir a partir de ella. Primero con la domesticación de las plantas, con la agricultura y, después, de los animales, con la ganadería.
“La atención plena o mindfulness puede ayudar a desmontar la creencia de que somos algo diferente a la Naturaleza”
Somos la única especie productora y esa capacidad ha marcado nuestro destino. Gracias a la agricultura y la ganadería nuestra especie ha tenido un éxito indudable en cuanto a número de individuos. El desarrollo de las sociedades agrícolas supuso una expansión exponencial de los individuos homo sapiens, los únicos de su género que hemos sobrevivido, precisamente, los únicos también que hemos desarrollado esa capacidad. Ahora somos capaces de cultivar tomates en el desierto o habitar las zonas más inhóspitas de los polos o incluso a 400 km sobre mi cabeza en la Estación Espacial Internacional.
La producción de excedentes nos ha permitido tener tiempo para desarrollar una cultura y, mediante el aprendizaje colectivo, evolucionar culturalmente mucho más rápido que biológicamente. Considero que ahí está el verdadero desajuste.
Hay muchas maneras de conseguir eliminar esta ilusión de separación provocada por el desarrollo de nuestra sociedad y considero que la práctica de Mindfulness puede ser una de ellas.
La atención plena o mindfulness puede ayudar a desmontar la creencia de que somos algo diferente a la Naturaleza y el origen de esto está en las tradiciones. En la tradición budista se considera, por ejemplo, la no-dualidad y en Mindfulness se integra también esta visión del ser en la que no se distingue lo que tenemos dentro y lo que está fuera. Al respirar ¿el aire que tomas está fuera de ti o es parte de ti? Al respirar, respiras el bosque, el oxígeno producido por las plantas se integra en tu organismo, y el CO2 que expulsas puede pasar a ser parte de una planta.
En nuestra vida diaria necesitamos la dualidad para desarrollar nuestras actividades cotidianas, pero esta distinción entre yo y el mundo que me rodea está íntimamente relacionada con la desconexión con la Naturaleza. Con las prácticas de meditación y mindfulness se desvanece la sensación de separación, entendiendo la no-dualidad y, de esta manera, es más sencillo intentar recuperar la conexión.
Entendiendo esta forma de “ser Naturaleza” nunca vamos ver el cuidado de la Naturaleza como algo que “hay que hacer”. El cuidado por la Naturaleza surge de manera espontánea como el cuidado de nuestro propio cuerpo. Los eslóganes ambientalistas deberían cambiar para considerar la protección del medioambiente como algo en favor de la supervivencia de la única especie humana que ha conseguido sobrevivir y que, de seguir así, puede que sea la causante de su propia extinción.